Seguramente sea una coincidencia, pero tengo mis dudas al respecto. Tengo que decir que mi experiencia con las Apple Stores cada día es más surrealista. Como todos, las prefiero mil veces a tiendas de empleados mal pagados, sin entrenar en el proceso de venta y normalmente maleducados. “Pero.”
Cuando llegas y sabes lo que quieres, no suelen pillar que no estás ahí para hacer amigos. Quiero mi Apple-Cosa y listo. Pero a veces tanta gente igual y sin cajas se complica averiguar cuál es el proceso de compra.
Reconozco que tengo un problema con la gente extremadamente amable y sonriente que está entrenada, a falta de un mejor verbo, para actuar así cuando voy a comprar algo. Me hace desconfiar, aunque entiendo que es preferible a la alternativa. Obviamente no soy su amigo de repente, no finjamos. A veces me gustaría que los empleados se pusieran en modo McDonald’s:
- Quiero un iPhone.
- Color?
- Negro.
- Quieres hacerlo Plus por 100 euros más?
- Sí, por favor.
- Muy bien son 900 euros. Siguiente!
Qué gusto. La eficiencia del fast food tiene mucho que enseñarnos.
Pero lo peor, de lejos, son los lanzamientos de producto. Y lo dice alguien que ayer estuvo, con tres niñas dando vueltas y que tocaban todo, esperando más de una hora a que alguien le diera su Macbook Air reparado.
Lo peor, decía, los lanzamientos. Las Apple Store se ponen en modo secta cuando el cometa se acerca. Los clientes nos ponemos en una fila como si fuéramos a tomar el cianuro de la ascensión. Y cuando por fin llega el cometa y nos dejan entrar a la tienda, lo tenemos que hacer de uno en uno mientras los empleados nos rodean en un pasillo dando aplausos, y suenan canciones en los altavoces de la tienda.
Ahí asciendes, y tu alma se hace uno con Steve Jobs. Ahora tu cuerpo es de aluminio unibody, pero el cianuro se lo toma tu cartera. Por dentro sólo piensas que la próxima vez te vas a esperar unos días a que llegue el pedido online.